En la Argentina de 2025, hay una verdad silenciosa que se escapa de los zócalos de televisión y de los hilos de Twitter: por primera vez en la historia reciente, el Estado nacional gasta más dinero en pagar intereses de deuda que en sostener el sistema de jubilaciones y pensiones. No se trata de una opinión, ni de una interpretación ideológica: es el propio Gobierno el que lo admite, aunque lo haga con la boca pequeña y la planilla de Excel en mano.
En el primer trimestre de este año, según datos oficiales del Ministerio de Economía, los intereses pagados por deuda capitalizable (LECAP, BONCAP, LEFI y demás instrumentos) ascendieron a más de 3,3 billones de pesos. En el mismo período, el gasto en jubilaciones y pensiones fue inferior: poco más de 3,1 billones. Como quien dice, por primera vez el Estado prefiere honrar a los acreedores antes que a sus viejos.

¿Cómo se llegó hasta aquí? La historia tiene más de Saramago que de la tabla de inversiones. En diciembre de 2023, Javier Milei asumió la presidencia con el libreto de la motosierra en una mano y el anarcocapitalismo en la otra. Prometió destruir el Estado para salvar la República. A pocos días de asumir, derogó derechos laborales, desreguló mercados, y lanzó un DNU de 366 artículos que cambió la estructura institucional sin pasar por el Congreso.
Pero el ajuste no quedó allí. Llegó al corazón del contrato social: el sistema previsional. Desde entonces, las jubilaciones se licúan mes a mes, atadas a una inflación que ya no respeta escalas. La «reparación histórica» quedó en el olvido. Los haberes mínimos, en su mayoría, rondan los 250 dólares mensuales, muy por debajo de la línea de pobreza. Y mientras tanto, los fondos del Estado fluyen hacia los nuevos dioses del mercado: los tenedores de bonos del Tesoro.
Luis Caputo, ministro de Economía y ex agente de Wall Street, es el arquitecto de esta nueva arquitectura fiscal. Tiene un récord mundial que nadie envidiaría: ser el funcionario que más deuda tomó en menos tiempo en la historia del FMI. Y lo ha hecho con un estilo que combina el cinismo de un corredor de bolsa con la fe ciega de un predicador financiero. Su estrategia consiste en emitir instrumentos de deuda de corto plazo con altas tasas, ajustados por inflación o dólar. Las famosas LECAP, BONCAP y LEFI. Bonos que seducen a los grandes jugadores financieros con la promesa de ganar siempre. Bonos que se pagan, cueste lo que cueste, aunque para ello haya que recortar salud, educación, o el plato de comida de un jubilado.
El argumento es conocido: hay que recuperar la confianza de los mercados. Pero el resultado es concreto: el Estado argentino se ha convertido en una máquina de transferir recursos desde los sectores más vulnerables hacia los más concentrados. Lo que se presenta como eficiencia fiscal es, en los hechos, una redistribución regresiva del ingreso. El 3% del PBI ya se va en intereses. Es una bicicleta financiera de alta gama, y Caputo la pedalea con entusiasmo, aunque cada pedalazo se sienta como un recorte más en la vida real de la gente.
«Una nación que honra sus deudas», dice el Presidente, «es una nación respetable». Pero en los pasillos del PAMI, las colas son cada vez más largas. En las farmacias, los descuentos ya no alcanzan. En los comedores de los centros de jubilados, la carne es un recuerdo y el pan una promesa. Según un informe de la Oficina de Presupuesto del Congreso, el gasto previsional cayó un 40% en términos reales durante los primeros seis meses del año. Mientras tanto, los pagos de intereses crecieron un 65%.
No es la primera vez que Argentina enfrenta esta disyuntiva. A finales de los años ’80, durante la hiperinflación, y luego del colapso de 2001, las partidas presupuestarias destinadas al pago de intereses superaron temporalmente otras funciones básicas del Estado. Pero nunca con esta normalización discursiva, con esta sistematicidad ni con este grado de resignación política. Y menos a costa de un sistema previsional masivo y solidario.
Tampoco es común a nivel mundial. En los países desarrollados, el gasto previsional suele ocupar entre el 10% y el 15% del PBI, por encima de los pagos de intereses de deuda. En países como Francia, Alemania o Canadá, los jubilados son considerados parte del contrato ciudadano, no un gasto recortable. En cambio, en la Argentina de 2025, el orden se invierte. La prioridad no es el tiempo vivido, sino la rentabilidad exigida.
En el país de las paradojas, los jubilados ya no marchan. Están cansados. Muchos de ellos fueron parte de las grandes luchas obreras de los ’70 y los ’80. Vieron caer dictaduras, desafiaron a la historia, sobrevivieron a la hiperinflación y al corralito. Pero hoy, desde sus sillas plegables en la vereda, apenas susurran: «Esto ya lo vivimos».
Y sin embargo, en esta Argentina donde todo parece girar hacia atrás, hay algo nuevo: la naturalización del olvido. Como si la vejez fuera un estorbo. Como si la memoria jubilada fuera un gasto superfluo. Como si la vida misma tuviera fecha de vencimiento fiscal.
¿Cuándo se decidió que era más importante pagarle al tenedor de un BONCAP que garantizarle la medicación a una abuela con hipertensión? ¿En qué momento se volvió lógico priorizar un cupón de deuda antes que el plato de sopa caliente en una casa con olor a alcanfor?
Según un informe reciente del Centro de Economía Política Argentina (CEPA), el gasto en intereses de deuda podría alcanzar los 14 billones de pesos en 2025 si se mantiene la actual estructura de financiamiento. La cifra equivale a todo el presupuesto anual de la educación pública y el sistema universitario.
En «Las venas abiertas de América Latina», Eduardo Galeano decía que nuestros países están condenados a pagar siempre. Pagar con sangre, con recursos, con silencio. Hoy, también con jubilaciones. Porque en la Argentina del 2025, el ajuste no es técnico: es moral. Y la deuda no es solo financiera: es con la historia, con la dignidad, con la ternura.
Quizás el dato más brutal no sea la planilla contable, sino la escena cotidiana: un hombre de 82 años que camina cinco cuadras para buscar una caja de leche que le prometió la parroquia. O una mujer que hace cuentas para ver si puede pagar el gas o los remedios. O un nieto que ya no le pregunta al abuelo qué hizo en su juventud, porque el futuro es tan cruel que no deja lugar para la memoria.
Y mientras tanto, los bonos se pagan religiosamente. No hay feriados para la deuda. No hay excusas. No hay inflación que la erosione. No hay recorte que la toque.
En la Argentina de Milei y Caputo, el nuevo mandamiento está escrito en el reverso de un bono del Tesoro: «No pagarás jubilaciones por encima de tus intereses». Y quien desobedezca, que se prepare. Porque el mercado castiga, pero nunca perdona.