Comienza el segundo gobierno de Milei.
La ciudad a esta hora respira por la nariz. El viento seco cruza el puente como un perro flaco y deja olor a río en las veredas. Los álamos hacen de metrónomo, tic-tac de hojas, y el Limay se queda quieto como si supiera que hoy conviene escuchar más que hablar. Los bondis vuelven con ventanas empañadas, dos ciclistas pasan en silencio, y un kiosco que conozco baja la cortina a medias porque siempre hay un último antojo. No hay fuegos artificiales. Hay preguntas flotando bajo las luces amarillas.
Empezó el segundo gobierno de Milei. No lo digo con épica ni tragedia; lo digo como quien enumera lo que ve: persianas, motos, una pareja discutiendo bajito en la esquina, un pibe pateando una piedrita hasta perderla. La noche tiene ese modo de ponerlo todo en primer plano. A veces es hermoso. A veces duele.
Pienso en la gente que no llegó con aire a este final del día. En la silla vacía de quien esperó un medicamento y no llegó, en el jubilado que eligió el silencio antes que la humillación de pedir otra vez, en las trabajadoras que hicieron triple turno para que el Estado siguiera pareciéndose a un Estado. Me sostengo en una certeza chiquita: nombrar es cuidar. Así que hoy, acá, nombramos. Con cariño, con respeto, sin bajada de línea. Y con una pizca de humor, para no oxidarnos del todo: si el país fuera un club, la utilería viene desordenada, pero las camisetas siguen limpias. Eso también es una forma de esperanza.
La calle respira. La política, por ahora, aguanta la respiración. Y nosotros, entre ambos, tratamos de ordenar el ruido para escuchar la música de fondo.
Bloque 2 — La tesis del día (Da Empoli como lente)
Voy a decirlo con palabras prestadas y alma propia. Giuliano da Empoli escribió que pasamos de los “ingenieros del caos” a los depredadores. Que el caos dejó de ser un accidente y se volvió método. Gobierno por choque, economía por pantallazo, atención como petróleo. Y sí, suena europeo, suena ensayo; pero en el conurbano —y en Neuquén— lo entendemos a la primera: si todo vibra, nada se asienta. Si todo es excepción, la ley se vuelve rumor.
En ese espejo nos miramos hoy. El segundo tiempo arranca con la misma camiseta, pero con tácticas nuevas: más marketing de modernización, menos dogma libertario, y una tutela externa que no firma boletas pero sí condiciones. Los depredadores —dice Da Empoli— no gritan: administran el ruido para vender silencio con intereses. Parecido a enchufarte auriculares caros después de romper los parlantes.
No lo traigo para asustar. Lo traigo para afinar la vista. Si el caos es el plan, la ciudadanía necesita brújula. Si el timeline decide el pulso, habrá que recuperar el minuto humano: el del hospital, el del aula, el del recibo de sueldo que se lee con un mate al lado y cierta dignidad en la espalda. En criollo: menos trending, más piso compartido.
Y, por favor, sin solemnidad. Esto también lo sé por experiencia: la gente no come teorías; come guiso. Las categorías ayudan, claro, pero la estufa es concreta o no es. Por eso esta tesis vale solo si sirve para algo: para proteger a quienes la pasaron peor, para exigir reglas claras, para que no nos confundan brillo con calor.
Bloque 3 — Qué empieza hoy (continuidad y mutación)
Empieza un gobierno que no arranca de cero: arranca del borde. Segundo tiempo con la cancha inclinada por afuera. Los fondos de inversión ya aplauden desde el palco —no son tímidos, tampoco— y el Tesoro de allá afuera acomoda la silla como quien dice: “Felicitaciones, ahora cumplan”. Ganó Milei, sí. También cobraron otros. Lo sabemos. Lo venimos intuyendo desde hace meses: swap, botones, teléfonos rojos. Tutelaje con moño de modernización.
El discurso, sospecho, virará del dogma al delivery: menos “libertad total”, más “eficiencia inevitable”. Un menemismo de segunda hornada, con emojis de app y planillas que sonríen en PowerPoint. El método es viejo, la estética es nueva. Y acá aparece de nuevo Da Empoli: privatización del espacio público informacional, gobierno por excepción encadenada, captura de la conversación. Nada que no hayamos visto en otras latitudes, pero con sazón local. Sí, la grieta da rating. La inestabilidad, también.
Mientras tanto, lo urgente se nos sienta en la mesa. Medicamentos que no pueden esperar un milagro de Wall Street, changas que no llegan a fin de mes, escuelas que sostienen con cinta lo que debería sostenerse con presupuesto. No lo digo para tirar abajo la persiana del ánimo —ojo—. Lo digo para poner orden a la esperanza. Porque esperanza tenemos, y no poca: este país resucita con terquedad notable. Pero la esperanza no es un eslogan, es una agenda. Y esa agenda, si me preguntan, arranca con tres verbos modestos y poderosos: escuchar, cuidar, proponer.
Escuchar el duelo social sin pedagogías crueles. Cuidar lo que duele primero: oncológicos, tarifas sociales, comedores, niñez. Proponer una hoja de ruta fiscal creíble —no exhibicionista—, una desinflación sin serrucho, reservas con metas claras, un tipo de cambio más flexible con red, y transparencia en cada concesión para que nadie regale a precio de remate lo que costó generaciones.
Puede sonar técnico. No lo es. Significa, en voz baja, que la abuela retire su remedio a tiempo, que el laburante vuelva con pan y no con rabia, que la PyME no quiebre por una factura. Significa que el Estado —ese que algunos aman destruir por deporte— vuelva a ser ese lugar donde el trámite no humilla y el recibo no es un chiste cruel.
Lo dicho: empezó el segundo gobierno de Milei. Nosotros empezamos otra cosa: una lectura menos distraída. Con calle, con nombre y apellido, con esta ciudad que a esta hora se toma un respiro y nos deja hablar. Un rato nomás. Después, a laburar.
Bloque 4 — La orfandad y los nombres
Hoy me piden números y yo veo sillas. La del comedor donde faltó un plato, la del pasillo del hospital donde alguien esperó un oncológico que no llegó, la del mostrador de ANDIS donde una mamá mastica bronca y paciencia. Veo al jubilado que eligió no volver a humillarse, a la laburante estatal que sostuvo tres turnos para que el edificio siguiera llamándose “Estado”. No son tuits, son personas.
En la parada del 7, una vecina me cuenta que ahora compra el remedio “un mes sí, dos no”. Lo dice con esa dignidad neuquina que corta el aire: sin llanto, con una firmeza que te da vergüenza. En la escuela técnica, un pibe me muestra su proyecto con cables y cartón: “Profe, anda cuando quiere, pero anda”. Esa frase es el país entero, carajo.
No vengo a golpearnos el pecho. Vengo a recordar que nombrar es cuidar. Si esta editorial sirve para algo, que sea para esto: que nadie convierta el dolor en planilla, que ninguna urgencia quede prendida con cinta. Y sí, un chiste mínimo para respirar: a veces parece que el Excel hace dieta; siempre la empieza por los de abajo. Bueno, basta. La idea es sencilla y no pasa de moda: nadie se salva solo.
Bloque 5 — Anatomía del depredador (según Da Empoli)
Da Empoli le puso nombre al monstruo de época: depredadores. Tres trucos de magia, repetidos hasta el cansancio. Choque permanente: cada día un incendio, cada noche una épica de cenizas; el agotamiento como política pública. Privatización del espacio común: la plaza ya no es plaza, es timeline con dueños; la conversación se alquila por pauta, la verdad se negocia en DM. Captura de reglas: si algo molesta, se vuelve “excepción” y listo; la norma queda como souvenir.
Versión criolla. Gobernar por tendencia, legislar por urgencia, financiar por afuera. Todo vibra, nada se asienta. “Modernización” suena a limpieza a vapor, pero cuando baja la espuma hay menos derechos y más términos y condiciones. Te venden auriculares premium después de romperte los parlantes. Y encima te agradecen la compra.
El antídoto no es épico, es lento: reglas claras, instituciones que no corren, transparencia de contratos y algoritmos, audiencia pública que aburre a los ansiosos pero protege a los distraídos. Democracia de trámite, sí; porque sin trámite no hay democracia, hay espectáculo. Y el espectáculo siempre tiene productor.
Bloque 6 — Lo que falló del lado opositor
Hablemos de nosotros, sin látigo pero sin maquillaje. Se llegó tarde a diagnósticos que estaban a la vista. Hubo demasiada tele sin calle, demasiado stream sin sindicato, mucha indignación con ring light y poca oreja en el pasillo del hospital. La identidad se deshilachó entre egos, fórmulas imposibles, y esa tentación tan porteña de creer que un buen panel reemplaza a un mal recibo de sueldo.
Economistas peregrinaron de canal en canal con papers impecables y cero consuelo. Dirigentes que confunden booking con construcción, clip viral con voto. Nos pasó algo clásico: tener razón y que eso no alcance para convencer a nadie que no piense como nosotros. Peor: a veces ni a los propios.
No es un sermón; es un punto de partida. Menos pedagogía del reproche, más escucha con cuaderno. Menos coacheo de frases, más federar territorios. Y una obviedad que parece revolucionaria: proponer sin humillar, controlar sin desear que todo estalle, cuidar lo básico sin pedir certificado de pureza. Porque si enfrente hay depredadores, del nuestro tiene que salir algo simple y poderoso: razón que abrace.
Bloque 7 — Cinco verbos para empezar de nuevo
Escuchar. No el focus group; la fila del hospital. No el hashtag; el murmullo del barrio. Escuchar el duelo social sin la pedagogía del reto. Sentarse, anotar, volver.
Federar. Hacer puente entre sindicatos y PyMEs, ciencia y parroquias, feminismos y clubes. Armar una mesa que no pregunte primero por el pedigree sino por el hambre. Federal no es geografía: es método.
Cuidar. Prioridades con nombre y horario: oncológicos ya, tarifa social donde aprieta, comedores sin foto, infancias blindadas, discapacidad sin laberinto. El Excel puede esperar; el dolor, no.
Proponer. Un mapa mínimo y serio: ingresos que vuelvan a respirar, empleo que no sea ruleta, obra pública que arregle lo que se cae, energía que alumbre escuelas antes que renders. Sin prometer milagros, con plazos y responsables.
Garantizar. Congreso que controle, Justicia que explique, contratos que se vean, algoritmos que se entiendan, audiencias que aburran a los ansiosos pero salven a los distraídos. La democracia es lenta. Por eso dura.
Bloque 8 — Federal y Patagonia (Neuquén no es decorado)
Acá el viento trae noticias antes que los portales. Cuando baja la presión, lo sabemos por el río. Cuando falta agua, lo aprendemos en la canilla. Vaca Muerta no es un hashtag: es trabajo, regalías, camiones a las tres de la mañana. Y los incendios no son una placa roja: son humo en la garganta y brigadistas con la cara tiznada. Por eso hablamos de federalismo sin solemnidad: porque Neuquén es termómetro.
La macro se vuelve zanja en la ruta, cisterna en verano, guardia en el hospital, aula con estufa. Si el Tesoro de afuera aprieta, acá se siente primero. Si sube el gasoil, acá sube el flete y el precio del pan. Federalismo es participar en la regla, no solo pagar el costo. Es discutir cómo se usa la energía, dónde va la renta, qué se protege del agua a los bosques.
Un pacto nuevo tiene que escribir en grande tres palabras viejas: agua, suelo, trabajo. Agua para beber y producir sin cinismo. Suelo cuidado, sin loteo de remate. Trabajo con casco y obra, pero también con libros y laboratorios. Y una cláusula que no se negocia: contenido local donde haya inversión, transferencia de tecnología donde haya promesas, energía firme para escuelas y hospitales antes que para el PowerPoint.
Sin federalismo, la épica es un flyer. Con federalismo, la esperanza se vuelve agenda.
Bloque 9 — Economía política de la esperanza (sin serrucho)
La esperanza no es un eslogan: es una planilla que cierra y una vida que abre. Traduzcamos. Meta fiscal menos dogmática y más creíble: priorizar salud, educación y cuidados sin quemar la caja; ordenar subsidios con bisturí, no con motosierra. Desinflación más lenta pero sin serrucho, para que el precio del pan no sea un susto semanal. Reservas con metas claras y cronograma de verdad, no humo. Tipo de cambio más flexible, sí, pero con red: evitar saltos que tiren por la ventana al que vende comida o paga alquiler.
¿Qué cambia en la mesa? Que la abuela retire su remedio a tiempo. Que el laburante no patee vencimientos como si fueran latas. Que la PyME planifique tres meses sin quedarse sin oxígeno. Que la obra pública conecte: agua, cloaca, rutas vivas, escuelas templadas. No pedimos milagros; pedimos ritmo.
Y una cosa más, incómoda pero justa: transparencia para cada dólar que entra, para cada concesión que se firma, para cada swap que se vende como salvación. Porque los “depredadores” —diría Da Empoli— aman la penumbra. Nosotros elegimos la luz de tubo del pasillo: fea, sí, pero muestra todo.
Si el segundo gobierno promete orden, que el orden empiece por la vida cotidiana. Ahí está el índice que más importa: la dignidad con la que se llega a fin de mes. Si eso mejora, habrá futuro. Si no, será ruido. Y de ruido, ya tuvimos bastante.
Bloque 9 — Economía política de la esperanza (sin serrucho)
La esperanza no es un eslogan: es una planilla que cierra y una vida que abre. Traduzcamos. Meta fiscal menos dogmática y más creíble: priorizar salud, educación y cuidados sin quemar la caja; ordenar subsidios con bisturí, no con motosierra. Desinflación más lenta pero sin serrucho, para que el precio del pan no sea un susto semanal. Reservas con metas claras y cronograma de verdad, no humo. Tipo de cambio más flexible, sí, pero con red: evitar saltos que tiren por la ventana al que vende comida o paga alquiler.
¿Qué cambia en la mesa? Que la abuela retire su remedio a tiempo. Que el laburante no patee vencimientos como si fueran latas. Que la PyME planifique tres meses sin quedarse sin oxígeno. Que la obra pública conecte: agua, cloaca, rutas vivas, escuelas templadas. No pedimos milagros; pedimos ritmo.
Y una cosa más, incómoda pero justa: transparencia para cada dólar que entra, para cada concesión que se firma, para cada swap que se vende como salvación. Porque los “depredadores” —diría Da Empoli— aman la penumbra. Nosotros elegimos la luz de tubo del pasillo: fea, sí, pero muestra todo.
Si el segundo gobierno promete orden, que el orden empiece por la vida cotidiana. Ahí está el índice que más importa: la dignidad con la que se llega a fin de mes. Si eso mejora, habrá futuro. Si no, será ruido. Y de ruido, ya tuvimos bastante.
Bloque 10 — Twitter, pasillo y rigor (cómo entra la calle al aire)
La conversación pública hoy fue un ring sin jurado. Twitter a pleno, memes con tracción, audios de WhatsApp que se pegan a la oreja como chicle. Acá entra, sí, pero con reglas: curaduría, contraste y contexto. Traemos tres perlas del día (una idea potente, un dato que suma, un gesto que humaniza) y dejamos afuera el ruido que solo lastima. Si un hilo acusa, pedimos fuente; si un gráfico promete el paraíso, buscamos letra chica. En paralelo, el pasillo neuquino: kiosquera, chofer, enfermera, pibe de la técnica. Entre timeline y vereda hacemos el triángulo que vale: dato, testimonio, verificación. Porque si los depredadores administran el ruido, nuestra trinchera es una antorcha modesta: luz suficiente para no tropezar.
Bloque 12 — Manual mínimo para mañana (rituales de supervivencia democrática)
Levantar el teléfono a esa persona que hoy quedó floja de ánimo. Escuchar sin tutorial. Anotar un dato que falte —precio, demora, corte— y pasarlo a quien corresponda. Cuidar lo pequeño: club, escuela, comedor, biblioteca. Chequear cada “milagro” económico con calendario y números. Defender el trámite: audiencia pública, expediente a la vista, contrato iluminado. Y un ritual sencillo: caminar hasta el río, mirar el agua que baja y decir en voz bajita lo que no queremos perder. No es poesía: es política de la buena, la que llega viva al día siguiente.
Cierre — La pelota, el río y la noche que escucha
Neuquén se quedó un rato en silencio. Los álamos ya no hacen tanto ruido, el Limay corre bajito como si supiera guardar secretos. Empezó el segundo gobierno de Milei y empezó también otra cosa: nuestra forma de estar juntos cuando aprieta. Da Empoli habla de depredadores; nosotros hablamos de vecindad. Ellos gestionan el shock; nosotros el abrazo que no sale en la planilla.
Pienso en la silla vacía, en la receta médica, en el sueldo que no alcanza. Pienso también en la pelota que, caprichosa, a veces hace justicia: rebota en un taco y entra. Ojalá. Pero no vamos a esperar el rebote: vamos a jugar. Con datos, con cariño, con federalismo sin excusas. Con una esperanza que no grita: trabaja.
La radio queda de guardia. Si te sirve, quedate. Si te duele, decilo. Si tenés un dato, traelo. Acá estamos: escuchar, cuidar, proponer. Y cuando la noche se haga larga, hacemos como siempre: pelota al piso, cabeza arriba, y a seguir. Porque este país —lo sabemos— todavía guarda un gol en el botín.