El segundo semestre arrancó sin el repunte prometido. Lejos de aquella narrativa de “recomposición”, los números del consumo masivo siguen en rojo, y el sector empresarial —entre resignado y pragmático— ya no apuesta al 2025. La mirada está puesta en 2026, como si este año hubiese quedado sepultado bajo la pesada losa del ajuste y la recesión.
En los principales rubros productivos, el diagnóstico se repite: la demanda no repunta, los stocks se acumulan y los balances apenas cierran con tinta roja. Pese a los datos macro que exhiben cierta estabilidad nominal, el mercado interno sigue paralizado, y con salarios por el piso y tarifas por las nubes, no hay magia que devuelva la alegría al consumo popular.
En paralelo, algunos empresarios de peso comienzan a expresar —con sigilo o entrelíneas— su escepticismo sobre los efectos reales del modelo libertario. Aunque celebran el orden fiscal y el achique del Estado, empiezan a advertir que sin ingresos no hay mercado, y sin mercado no hay negocio.
Según estimaciones del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), el consumo privado cayó un 6,7% interanual en el primer trimestre del 2025. Y si bien se proyectaba un leve repunte para el segundo semestre, los indicadores de junio no avalan esa esperanza: ventas minoristas en baja, desplome de consumo de alimentos y bebidas, y un clima social tenso que se cuela en cada supermercado y cada comercio barrial.
Las grandes firmas del sector industrial y comercial —especialmente en alimentos, indumentaria, electrodomésticos y materiales para la construcción— ya no planifican para lo inmediato. Aguardan señales políticas más firmes, alguna reactivación del crédito o medidas concretas que puedan darle aire al bolsillo ciudadano. Mientras tanto, achican, reestructuran y rezan.
En este escenario, incluso los sectores exportadores —a los que el Gobierno mira como salvación— muestran cautela. La baja en las tasas de interés no ha sido suficiente para reanimar la rueda de la inversión, y los vaivenes cambiarios generan más dudas que certezas.
La conclusión es compartida por cámaras empresariales, analistas y consultoras: sin una mejora tangible del ingreso real y del empleo formal, no hay horizonte posible para el mercado interno. Y aunque el relato oficial insista en que “lo peor ya pasó”, en las góndolas, en las fábricas y en las mesas familiares, la sensación es otra: lo peor, tal vez, ni siquiera empezó.