Una revisión científica desgrana lo que se sabe sobre la característica neurológica que impide crear imágenes conscientes en la mente y que afecta al 1% de la población.
Imagine un árbol de Navidad. O trate de visualizar en la mente la última comida que tomó ayer. Intente también rememorar la cara de un familiar al que hace tiempo que no ve. Seguramente, la mayoría de ustedes ha podido evocar esas imágenes mentales sin ningún tipo de problema, quizás con más o menos precisión y viveza de detalles, pero con la misma naturalidad con la que reviven visualmente cada día la forma de objetos, personas u experiencias vividas. Sin embargo, hay un porcentaje de personas, en torno al 1% de la población, que es incapaz de hacer este ejercicio: son aquellos individuos que tiene afantasía, una característica neurológica que impide crear imágenes conscientes en la mente. Una revisión científica ha profundizado recientemente en el conocimiento, todavía limitado, de este rasgo y ha concluido que se asocia con una reducción de la memoria autobiográfica y el reconocimiento facial. También es más común en personas con autismo y en individuos con tendencia a ocupaciones científicas.El imaginario contiene toda esa experiencia de las propiedades sensoriales de objetos o actividades cuando están ausentes, como la apariencia de una naranja o el sonido de un trueno. Y a través de un intrincado proceso neurológico, las imágenes suelen venir a la mente. Sin embargo, las personas con afantasía son incapaces de construir imágenes internas, de visualizar a través del pensamiento. Aunque esto no quiere decir que no tengan imaginación, matiza Adam Zeman, profesor de la Universidad de Exeter (Reino Unido) y autor de la revisión científica. “Significa una falta de imaginario visual y, a menudo, también de otro imaginario sensorial, pero las personas con afantasía pueden ser imaginativas en el sentido de creatividad”, expone el científico, que ha publicado su artículo en la revista Trend in Cognitive Sciences.
De entrada, la afantasía no es una enfermedad. Más bien, se trata de una característica que explica cómo un individuo procesa la información y que, “ocasionalmente, puede ser un síntoma de un trastorno neurológico o psicológico”, afina Zeman. Una lesión en el cerebro o la evolución de una patología puede desencadenar una pérdida de la capacidad de evocar imágenes visuales en la mente, pero este rasgo acostumbra a ser hereditario y permanente. Y las personas sanas que lo experimentan son completamente funcionales.
En este sentido, el neuropsicólogo del Hospital Sant Pau de Barcelona, Saul Martínez-Horta, enfatiza que “la normalidad en la cognición humana es diversa” y puede funcionar de formas muy diferentes. En la afantasía, apunta, “el cómo se organizan los sistemas neurológicos dedicados a procesar la información visual probablemente sean diferentes”, pero eso no tiene por qué ser incapacitante. “Cuando algo ha sucedido desde siempre en ausencia de impacto en el día a día, no indica nada. Pero la aparición súbita de algo, como la incapacidad de proyectar imágenes en la mente, sí puede ser indicador de que algo ha ocurrido”, expone Martínez-Horta, que no ha participado en esta investigación. Los psiquiatras han reportado la aparición de la afantasia en contextos de depresión, despersonalización y psicosis, entre otros.
La revisión científica de Zeman describe que el 1% la población que experimenta una afantasía profunda, aunque hay todo un espectro muy variable y también destacan que entre el 2% y el 6% de los ciudadanos tiene un imaginario visual “vago y tenue”. Hay también, en la otra cara de la moneda, alrededor de un 3% de la población que muestra justo lo contrario, la hiperfantasía, que es la habilidad de generar imágenes hiperrealistas en la mente. “Hay todo un espectro de la capacidad de evocación, pero no hay una valoración estándar y es muy difícil cualificarlo. Probablemente, sea un patrón de nacimiento”, señala Javier Camiña, vocal de la Sociedad Española de Neurología, que no ha participado en esta investigación.
Según los científicos, la afantasía está sobrerrepresentada entre las personas que trabajan en roles matemáticos, computacionales y científicos, un fenómeno que Martínez-Horta asocia al pensamiento convergente. “En un pensamiento convergente, cuando te planteas las utilidades de un boli, el pensamiento es rígido y metódico: sirve para escribir; en cambio, el pensamiento divergente es más infantil, el boli puede ser un arma o para atarte el pelo. La afantasía se asocia a un patrón convergente, más encerrado en lo previsible”, plantea. En las industrias tradicionalmente más creativas hay más probabilidades de encontrar individuos con hiperfantasía.