*Jordi Aguiar
En el que hasta ahora era el centro del mundo, el dinero traza mapas. Los aeropuertos, las transferencias, los contratos. En EE.UU, con epicentro en Miami, en pleno verano de 2025, treinta y dos clubes de futbol (Soccer para los anfitriones ) han viajado con la esperanza de conquistar el mundo. Algunos trajeron figuras, aviones privados, científicos del sueño y del hambre, asistentes tácticos con tablets luminosas. Otros, apenas, llegaron con los botines bien atados y la ilusión de sus hinchas guardada en la valija. Pero esto es fulbo y cuando la pelota rueda, las jerarquías se derrumban.
El fútbol es uno de los mejores lugares de la vida de lo popular ya que no siempre se somete al presupuesto. La injusticia de que no gane quien mas dinero tiene, siempre está latente. Antes de ayer el Botafogo venció al Paris Saint-Germain por 1 a 0. En un estadio lleno de brasileños, el equipo carioca –con menos del diez por ciento del presupuesto de su rival– le ganó al gigante europeo. No fue magia. Fue fútbol. O mejor dicho: fue poesía. Fue en un estadio vibrante, invadido por brasileños que gritan su exilio con goles. Ayer, el Flamengotambién hizo historia: superó con oficio a su rival europeo (3 a 1 al Chelsea), mientras el Borussia Dortmundsudó tinta para ganarle en el descuento a un equipo africano, y el Inter de Milán estuvo a centímetros del ridículo ante el Urawa Red Diamonds japonés. Y Boca Juniors, aunque perdió con el Bayern Múnich, volvió a dar la nota: la Bombonera viaja en la voz de sus hinchas, que tiñeron de azul y oro las calles de Miami. La pasión no se mide por goles, sino por lo que grita cada tribuna.
Decía el escritor italiano, Pier Paolo Pasolini que el fútbol es un lenguaje, y que en él hay poetas y hay prosistas. Los europeos, tan amigos del método y de la observación, escriben el fútbol como una novela bien estructurada. Los latinoamericanos, en cambio, lo declaman como un poema urgente, con barro, con sangre, con rabia. Pero también con belleza.
Borges jamás a penas fue a la cancha. Pero escribió que el fútbol era popular porque la estupidez es popular. Un exceso, quizá. Aunque quien haya pisado la Bombonera un domingo cualquiera sabrá que esa pasión no se puede reducir al desprecio ni al análisis racional. Porque en esa cancha se juega algo más que un partido. Se juega una identidad, un modo de estar en el mundo.
Albert Camus, el filósofo francés que fue arquero en Argel, dejó escrito que todo lo que sabía de la moral y las obligaciones de los hombres lo había aprendido en el fútbol. En cambio, aquí en el sur, escritores como Osvaldo Soriano, Juan Sasturain o Eduardo Galeano no solo escribieron de fútbol, también lo jugaron. Convirtieron el potrero en página, y el gol en metáfora, con la certeza de quien ha soñado en su infancia con ser campeón del mundo.
Y tal vez eso explique por qué, en este Mundial de Clubes inaugural, lo inesperado está ocurriendo. Los equipos con menos presupuesto son los que más sorprenden. Y las hinchadas que más se hacen sentir no son las que trajeron barras con megáfonos digitales, sino las que traen garganta, banderas y una tristeza de patria lejana. Porque el fútbol, como dijo alguien, es la patria de los que no tienen nada más.
Boca Juniors, por ejemplo, no tiene el estadio más moderno ni la plantilla más cara. Pero tiene la hinchada más ruidosa del mundo. Y los hinchas le dan sentido a todo esto. ¿De qué servirían los goles si no hubiese nadie para gritarlos? ¿Qué valen los trofeos si no hay memoria que los recuerde?
El Mundial de Clubes 2025 se juega por primera vez con treinta y dos equipos, como un verdadero campeonato global. Y se juega principalmente en Miami(la de Messi), ciudad de exilios y de contradicciones. Es el intento de la FIFA por globalizar aún más lo global. Pero lo que no pueden comprar –todavía– es la emoción, pueden usufructuarla si, pero no comprarla. Y por eso, aunque en las apuestas los europeos ganen por goleada, en la cancha, en la tribuna, en el relato, la historia sigue teniendo acento latino.
En X (exTwitter), donde hoy se escribe la poesía urgente del siglo XXI, los goles de los equipos sudamericanos se vuelven virales. Los europeos se sorprenden:¿Qué misterio hay detrás del desorden latinoamericano que, cuando se junta, se convierte en genio?
Sin duda, en todo esto hay una batalla más grande; la misma de siempre. La de David contra Goliat. La del sur contra el norte. La del potrero contra el laboratorio. La del gol con gambeta contra la posesión estéril. Y en esa batalla, lo que se juega no es solo un título. Es una idea de mundo.
Porque no es casual que los goles más celebrados no sean los de los contratos más caros, sino los que traen sorpresa, emoción, humanidad. Y no es casual que los jugadores que más conmueven no sean los que se maquillan para los sponsors, sino los que lloran al mirar al cielo después de marcar un gol.
Y allí aparece, inevitable, la figura de nuestro D10S, Maradona. Porque si hay alguien que representó esa poética del desorden, esa belleza del caos, esa verdad de lo popular, fue él. Diego jugaba como escriben los poetas: con la urgencia de quien sabe que cada jugada puede ser la última. Su gol a los ingleses –el primero, el segundo, los dos– fue más que un gol. Fue una respuesta histórica, un acto político, una caricia a una nación herida.
En este campeonato que se juega en el país donde se inventó el show, el fútbol está recordando que sigue siendo algo más que entretenimiento. Que no todo es dinero. Que no todo se compra. Que hay cosas que solo se sienten. Y que cuando la pasión entra a la cancha, no hay presupuesto que alcance.
Al final del día, lo que este Mundial de Clubes nos recuerda es algo viejo como el mundo: que las emociones no tienen precio. Que el fútbol, en su esencia, no entiende de Excel ni de marketing. Que en una cancha, durante noventa minutos, puede pasar cualquier cosa. Hasta que gane el que nadie esperaba. Que finalmente el fulbo, sin sponsors seguiría existiendo porque son los hinchas quienes le dan sentido y como la vida misma, cuando se rompen las reglas de los instituido, del status quo, del poder, de lo justo o lo injusto en la vida, el fulbo es uno de esos lugares posibles, donde no todo es plata.
Y eso, tal vez, sea lo más hermoso de todo.