La patria ferial

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  • Categoría de la entrada:Actualidad / Argentina
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Con Milei, la Argentina abandona su excepcionalidad histórica y se transforma en una feria sin Estado, donde cada trabajador carga con su changuito y su propia intemperie.*

En el corazón del conurbano, La Salada nunca duerme. Vibra, grita, negocia. Es feria y es frontera: entre lo legal y lo tolerado, entre lo que se declara y lo que se calla. Hoy, bajo el encantamiento libertario de Javier Milei, Argentina se le parece cada vez más. Una feria nacional donde todo se consigue, pero nada se garantiza. Donde la formalidad se escurre como mercadería trucha, y el trabajo digno se cambia por un delivery a destajo. No hay contrato, hay algoritmo. No hay derechos, hay rankings. Mientras las ciudades se llenan de mochilas fluorescentes y taxis desprogramados, el Estado se retira en silencio. Lo reemplaza una economía sin rostro: la del tecnofeudalismo 2.0, una tierra de nadie que florece como bazar bajo el sol neoliberal.

Milei no solo desmonta la Argentina del siglo XX; construye otra, más ligera, más salvaje, más informal. Una patria al menudeo, donde cada quien carga con su propio changuito.

Los empleos no se terminan: se desintegran. Se diluyen en changas, en “laburitos”, en oficios que se maquillan de libertad emprendedora. El trabajo con derechos, aguinaldo y vacaciones parece una antigüedad sindical. Lo reemplaza un ejército silencioso de repartidores a pedal, conductores sin cobertura y freelancers que facturan sin saber si podrán pagar el monotributo o el alquiler.

La paradoja se desnuda sola: solo la energía y la minería —sectores donde el litio y Vaca Muerta brillan para los mercados— generan algo parecido a empleo nuevo. Pero son puestos escasos, hiperespecializados, ubicados en islas productivas. Frente a eso, el alud de despidos en el Estado, la industria y los servicios públicos no encuentra contrapeso. Argentina se convierte en una galería de oficios sueltos, donde cada uno es su propia pyme, su propia prepaga, su propio sindicato. Y su propio abandono.

La palabra “libertad” ha sido capturada. Se repite como conjuro en los discursos oficiales mientras, a ras del suelo, la precariedad se multiplica. Desde diciembre de 2023, más de 185.000 empleos formales desaparecieron. Se cerraron 350.000 cuentas sueldo. La economía se achica por abajo y se concentra por arriba. No es la mano invisible del mercado: es un látigo sin patrón visible.

Como si fuera poco, el propio presidente anticipó lo que parece ser la próxima estación de esta feria perpetua: un régimen para regularizar dólares “del colchón” sin tope, sin necesidad de declarar origen ni pagar impuestos. No será un blanqueo, insisten, sino “libertad financiera”. Pero en la práctica, suena a invitación oficial al descontrol: una legalización encubierta de la informalidad de arriba, mientras abajo los trabajadores siguen sin red.

El gesto es revelador: el Estado ya no combate la economía en negro, la legitima, la admira, la copia. En la Argentina ferial, los valores se invierten: la evasión se convierte en astucia, y la informalidad en política de Estado. La república se achica, pero el zoco crece. Y la desigualdad encuentra en esta feria sin ley su vitrina perfecta.

El Gobierno celebra el cuentapropismo como épica. Pero en la calle, esa “libertad” significa manejar 14 horas por día, repartir comida bajo la lluvia o vender servicios a una app que no responde a nadie. Los únicos empleos que crecen no alcanzan a los que caen. Y la Argentina —que alguna vez aspiró a la movilidad social— hoy se desliza hacia la movilidad on demand.

El nuevo orden es feudal, aunque venga con WiFi. No hay patrón, hay aplicación. No hay despacho, hay algoritmo. El trabajo ya no depende de una oficina, sino de un sistema que reparte viajes y tareas como quien reparte monedas en una plaza.

En este tecnofeudalismo sin castillo, los vasallos no reciben tierra: reciben estrellas. El trabajador es libre… para estar disponible todo el día. El que se enferma, pierde. El que reclama, desaparece del sistema.

Argentina se transforma en un feudo digital donde millones viven de tareas intermitentes, sin aguinaldo ni vacaciones, bajo la vigilancia de apps que lo saben todo, pero no responden por nada. Y como en todo feudalismo, lo más peligroso no es la servidumbre: es que muchos terminen agradeciéndola.

Martín tiene 42 años, título de arquitecto y un auto prestado con el que trabaja 12 horas al día. Antes diseñaba casas, ahora esquiva baches con pasajeros apurados. Lucía, 35, es profesora de Historia, pero reparte en bicicleta. Dice que ya no le da la garganta para las aulas, pero sí las piernas para las escaleras.

Como ellos, cientos de miles de argentinos se deslizan hacia una informalidad tecnificada. Trabajan más, ganan menos. Viven al día, sin sindicato ni sueldo fijo, sin descanso ni plan B. Pagan su prepaga como pueden, se curan en casa y se autoprotegen con tutoriales de YouTube. El monotributo, lejos de ser un puente al desarrollo, se ha vuelto una trampa legal que no cubre ni la caída.

En la Argentina-feria, los testimonios se acumulan como mercadería sin etiqueta. Cada historia, detrás de una mochila fluorescente, cuenta un país que se terceriza a sí mismo.

Argentina no avanza: gira sobre sí misma, como un torniquete. Se privatiza el sentido común, se subastan derechos, se terceriza la esperanza. La economía se convierte en una feria perpetua donde la vida se mide en “likes”, en entregas a tiempo, en estrellas de clientes anónimos.

En nombre del orden, se impone el desorden. En nombre del mérito, se impone la desigualdad. En nombre de la libertad, se impone la soledad del trabajador desconectado de toda protección colectiva.

Un país no se reconstruye solo con inversores ni con estadísticas verdes. Se reconstruye con ternura, con empleo de verdad, con instituciones que abracen. No alcanza con vender barato: hay que vivir bien.

La pregunta no es qué quiere Milei. La pregunta es cuánto tiempo más este país va a vivir como si no mereciera otra cosa.

*Jordi Aguiar + IA (imagen y edicion txt)